viernes, 24 de mayo de 2013

LA GRAN PRECISIÓN DE LA TOPOGRAFIA ROMANA



LA GRAN PRECISION DE LA TOPOGRAFIA ROMANA

Hoy en día, tiempos de sofisticadas tecnologías, los constructores trabajan con unas precisiones extraordinarias, casi sin esfuerzo, basándose en el empleo de aparatos ya sean ópticos, electrónicos o laser. Pero, cuando uno se ha visto involucrado en dicho proceso constructivo, como es mi caso, sabe lo difícil y laborioso que es conseguir ciertos estándares de precisión, como levantar grandes pilas o muros perfectamente verticales, realizar túneles que tengan exacta coincidencia en su trazado en planta y en alzado, o conseguir una perfecta nivelación de unas vías de tren o simplemente, el firme de una carretera.
Y es por eso por lo que aumenta mi admiración por las obras de ingeniería que, hace más de dos mil años, los romanos dejaron, como muestra de sus extensos conocimientos, diseminadas por toda la geografía europea.
Ellos fueron los primeros en crear una red de carreteras (o vías, como se llamaban en dichas épocas), que permitían, amén de la comunicación entre su capital, Roma, y el resto de ciudades importantes, un rápido desplazamiento de sus ejércitos hasta los puntos conflictivos, además de permitir un trasiego constante y fluido de personas y mercancías. En aquella época, tan antigua, ya se dotaba a dichas vías de varias capas de firmes, colocando en la base materiales menos resistentes pero más flexibles y terminando con una capa muy resistente y duradera formada por losas de piedra. Además, protegían la obra con cunetas laterales, para permitir la evacuación y conducción de las aguas de lluvia en las zonas donde dichas vías transcurrían bajo el nivel natural del terreno.
Fue tan exitosa dicha construcción que, durante cientos de años, ya desaparecido el imperio, dichas vías fueron la base de la comunicación entre distintos pueblos de Europa, hasta que desaparecieron por falta de mantenimiento y por su natural deterioro.
Otra de las obras de ingeniería que me asombran son las conducciones de agua o acueductos. Dada la imperiosa necesidad de agua que toda ciudad, ya sea antigua o moderna tiene, es necesario mantener un flujo continuo de agua que abastezca las ciudades. Esto, hoy en día, no presenta ningún problema complejo, con la maquinaria empleada y los materiales empleados. Pero hace dos mil años, eran palabras mayores. Pues bien, los ingenieros romanos consiguieron una destreza que aun hoy, es difícil de superar. Primeramente, localizaban los manantiales que ofrecían un caudal de agua abundante y continuo. Los agrimensores romanos elegían después, sobre el terreno, el recorrido más económico para llevar el agua a la ciudad, esto es, el que presentase menor desnivel y tuviese las distancias más cortas. Para ello, empleaban instrumentos de medición primitivos, como la dioptria, la groma o el corobate, aparatos construidos con madera que permitían, mediante la adición de plomadas, niveles de agua o pínulas de alineación, determinar, con una precisión envidiable en estos días, tanto el discurrir de la obra en planta como su perfecto alzado, vital para que el agua tuviese siempre la pendiente suficiente para correr de forma uniforme hasta las ciudades. Estos acueductos solían comenzar en un depósito de captación de distintos manantiales, y se encauzaba el agua en una zanja revestida con cemento romano, con propiedades hidráulicas, que evitaba las filtraciones. La pendiente de dichas conducciones era siempre pequeña, generalmente no superior al 1%, de manera que, para conseguir mantenerla constante, la zanja podía convertirse en un pequeño muro sobre el que se construía un canal, si el terreno tenia ondulaciones suaves, o se transformaba en impresionantes obras arquitectónicas, cuando el terreno tenía grandes depresiones, formadas por múltiples arcos de piedra que sostenían en su coronación el canal por el que circulaba el agua. Cuando en el trazado aparecía un monte, simplemente, excavaban un túnel en su interior, con objeto de mantener constante y uniforme la pendiente. De esta forma, el agua era conducida hasta grandes depósitos en las zonas elevadas de las ciudades, desde donde se repartía el agua hacia fuentes, baños y demás usos públicos.
En otro orden de cosas, también fueron los romanos los primeros en dotar a sus grandes ciudades de sistemas de evacuación de aguas residuales, evitando, como ocurría en aquellos tiempos y como sucedió cuando se perdió su conocimiento, que dichos restos anegasen las calles, creando el caldo de cultivo para la transmisión de todo tipo de enfermedades, que asolaron Europa durante la edad antigua y media. Construyeron sistemas de galerías subterráneas a las que eran conducidas dichas aguas desde determinadas zonas para, a través de ellas, transportarlas con seguridad a desembocar en los ríos, aguas abajo de las ciudades, con lo que se conseguía alejar dichos productos nocivos de la población. Dichas conducciones eran conocidas como “cloacas”, siendo la más famosa la cloaca máxima de Roma.
Aun hoy en día es posible observar ejemplos de estas grandiosas obras (algunas todavía en funcionamiento), y ante ellas, no cabe más que pensar en el trabajo, el tesón y la perfección de aquellos que las realizaron, habida cuenta de que contaban con unos instrumentos y unos medios muy básicos y primitivos.

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